Muy
buenos días a todos. Quiero exponer a ustedes estos datos tan
relevantes sobre nuestra salud y más particularmente la salud de
nuestros corazones, que extraigo del imperdible libro del Dr. Colin
Campbell, “El Estudio de China”. Este libro contiene una gran
cantidad de estudios e investigaciones que corroboran la dieta
vegetariana como la más saludable y la más idónea para la
prevención y también reversión de muchas de las enfermedades
degenerativas modernas. Hoy nos ocuparemos de las enfermedades
cardíacas. De más está decir que si puedes leer el libro mejor
aún, recogerás mucha información valiosa para elegir mejor tu
estilo de vida, especialmente lo que comes. Hay que tener en cuenta
que es muy importante estar informado para alimentarse bien, si estás
pensando en abandonar la dieta carnívora habitual tienes que
investigar para nutrirte de la mejor forma y evitar caer en los
falsos mitos sobre la alimentación que tanto confunden.
¿Qué
es una enfermedad cardíaca?
Uno
de sus componentes claves es la placa arterial. La placa es una placa
lipídica que contiene proteínas, grasas (incluido el colesterol),
células del sistema inmunitario y otros componentes, que se acumulan
en las paredes interiores de las arterias coronarias. Cuando la placa
empieza a recubrir las arterias coronarias, ya existe un cierto grado
de enfermedad cardíaca.
Una
gran acumulación de placa puede restringir gravemente el flujo
sanguíneo y producir un dolor debilitante o una angina de pecho. Sin
embargo, no es frecuente que cuando la placa se acumula lentamente
sobre la pared interior de la arteria cause un ataque al corazón, ya
que el flujo sanguíneo tiene tiempo de adaptarse.
Parece
ser que las acumulaciones de placa menos graves, es decir, las que
ocluyen menos del 50% de la arteria, son la causa más frecuente de
ataques cardíacos. Cada una de estas acumulaciones tiene una capa de
células, denominada cápsula, que separa el núcleo de la placa de
la sangre que fluye a través de la arteria. La cápsula de las
placas peligrosas es delgada y débil, por lo cual el flujo sanguíneo
puede erosionarla hasta provocar su ruptura. En este caso, el
contenido del núcleo de la placa se mezcla con la sangre y esta
comienza a coagularse en torno al sitio donde la placa se ha roto. El
trombo (coágulo) crece y puede obstruir rápidamente a toda la
arteria. Cuando la arteria se ocluye durante un periodo breve de
tiempo, existen pocas probabilidades de que el flujo sanguíneo pueda
adaptarse. En este caso, el flujo sanguíneo que circula alrededor
del lugar donde se ha obstruido la arteria queda gravemente mermado y
los músculos cardíacos no reciben el oxígeno que necesitan. En
este punto, las células del músculo cardíaco comienzan a morir,
los mecanismos de bombeo del corazón empiezan a fallar y la persona
que sufre un infarto puede sentir un dolor opresivo en el pecho o un
dolor agudo que desciende por un brazo y asciende hasta el cuello y
la mandíbula. Para decirlo en otras palabras, la víctima comienza a
morir.
No
somos capaces de decir qué placa se romperá, cuándo se producirá
la ruptura ni tampoco lo grave que será. No obstante, lo que sí
conocemos es nuestro riesgo relativo de sufrir un ataque cardíaco.
Observando
qué individuos de una población contraían una enfermedad cardíaca
y comparando sus fichas médicas, el Estudio del Corazón de
Framingham permitió desarrollar el concepto de factores de riesgo,
tales como el colesterol, la tensión sanguínea, la actividad
física, el hábito de fumar y la obesidad. Gracias a este estudio
sabemos ahora que estos factores de riesgo desempeñan un papel
sustancial en las cardiopatías.
La
joya del Estudio de Framingham son sus hallazgos sobre el colesterol
en sangre. En 1961, demostraron de un modo convincente que existía
una fuerte correlación entre los altos niveles de colesterol en
sangre y el ataque cardíaco. Los investigadores observaron que,
entre los hombres con niveles de colesterol que “sobrepasaban los
244 mg/dl (miligramos por decilitro), la incidencia de la enfermedad
cardíaca coronaria era más de 3 veces superior a la de aquellos que
tenían niveles de colesterol inferiores a 210 mg/dl.
El
mero hecho de reducir los factores de riesgo (por ejemplo, el
colesterol en sangre y la tensión sanguínea) disminuye la
posibilidad de contraer una enfermedad cardíaca.
La
Alimentación y las Enfermedades Cardíacas
Uno
de los médicos más progresistas fue el doctor Lester Morrison, de
los Ángeles. En 1946, comenzó un estudio con el propósito de
“determinar la relación entre la ingesta de grasas a través de la
dieta y la incidencia de arterosclerosis”. En él indicó a 50
individuos que habían sobrevivido a un infarto que mantuvieran su
dieta normal y, paralelamente, recomendó una dieta experimental a
otros 50 pacientes que, igualmente, habían sobrevivido un infarto.
El
doctor Morrison redujo el consumo de grasas y colesterol en el grupo
de la dieta experimental. Es decir, mayormente productos de origen
animal.
Después
de ocho años, sólo 12 de los 50 individuos que consumían la dieta
normal norteamericana estaban vivos (24%). En el grupo de la dieta
experimental, seguían viviendo 28 sujetos (56%), prácticamente dos
veces y media la cantidad de sobrevivientes del grupo de control. Al
cabo de doce años, todos los pacientes del grupo de control habían
fallecido. Sin embargo, 19 sujetos del grupo de la dieta especial
seguían viviendo, lo que significa una tasa de supervivencia del
38%. Lamentablemente, también morían muchas de las personas en el
grupo de la dieta experimental, si bien es evidente que conseguían
aplazar temporalmente su enfermedad por el hecho de consumir una
cantidad moderadamente inferior de alimentos de origen animal y más
de origen vegetal.
Aproximadamente
en la misma época, otro grupo de investigadores demostró algo muy
similar. Un equipo de médicos del norte de California administró
una dieta baja en grasas y en colesterol a un grupo más numeroso de
pacientes que padecían una enfermedad cardiovascular avanzada.
Descubrieron que el índice de mortalidad de los que seguían esta
dieta era 4 veces inferior al de los pacientes que no la consumían.
Sabemos
ahora que la atención prestada a las grasas y al colesterol no
estaba bien enfocada. Lo que nadie estaba dispuesto a admitir era que
ambos eran meros indicadores de la ingesta de alimentos de origen
animal. Por ejemplo, observemos la relación que existe entre el
consumo de proteínas animales y la mortalidad por enfermedades
cardíacas en 20 países diferentes, para el colectivo de hombres con
edades comprendidas entre 55 y 59 años, que nos muestra el gráfico[1].
Este
estudio sugiere que cuanto mayor es el consumo de proteínas
animales, más probabilidades hay de contraer una enfermedad
cardiovascular. Por otra parte, docenas de estudios experimentales
demuestran que alimentar a ratas, conejos y cerdos con proteínas
animales (por ejemplo, caseína) eleva drásticamente los niveles de
colesterol, mientras que las proteínas vegetales (por ejemplo, de
soja) los reduce de forma notable.
Los
estudios con personas no solo reflejan estos hallazgos, sino que
también indican que consumir proteínas vegetales es aún más
eficaz para reducir los niveles de colesterol que disminuir la
ingesta de alimentos ricos en grasa o en colesterol.
Durante
los últimos quince años, otro gigante de este campo, el doctor Dean
Ornish, ha ocupado un lugar esencial al conseguir que la dieta tenga
cabida en el pensamiento de los médicos. Su investigación más
conocida es el Ensayo sobre el Corazón y el Estilo de Vida
(Lifestyle Heart Trial), en el cual trató a 28 enfermos cardíacos
exclusivamente a través de los cambios en su estilo de vida. Sometió
a sus pacientes a un programa de tratamiento experimental, y a otros
20, a un programa de tratamiento convencional. Hizo un cuidadoso
seguimiento de ambos grupos y midió diversos indicadores de salud,
entre ellos, las oclusiones arteriales, los niveles de colesterol y
el peso corporal.
Al
primer grupo les pidió que llevaran una vida vegetariana con bajo
contenido en grasas durante al menos un año. Sólo alrededor del 10%
de las calorías debía proceder de las grasas. Podían consumir
cualquier alimento que les apeteciera, siempre que estuviera en la
lista de los autorizados. Dicha lista incluía frutas, hortalizas y
cereales. Los investigadores destacaron que “no se permitía
consumir productos de origen animal, excepto clara de huevo y una
taza de leche o yogur desnatados al día”. Además de seguir la
dieta, el grupo debía practicar diversos métodos para controlar el
estrés (meditación, ejercicios respiratorios, relajación) durante
al menos una hora diaria. También les pidió que practicaran alguna
actividad física tres horas semanales, seleccionando las que fueran
idóneas para la gravedad de su enfermedad.
Los
pacientes experimentales aceptaron de buen grado todas las
recomendaciones de los investigadores, y fueron recompensados con una
mayor salud y vitalidad. Como media, su colesterol total disminuyó
de 227 mg/dl a 172 mg/dl y su colesterol “malo” o LDL se redujo
de 152 mg/dl a 95 mg/dl. Al cabo de un año, la frecuencia, duración
y gravedad de su dolor de pecho se había reducido drásticamente.
Más aún, quedaba claro que cuanto más se ceñían a los cambios de
su estilo de vida, más sano estaba su corazón. En total, el 82% de
los pacientes del grupo experimental consiguió mejorar su estado de
salud al cabo de un año de tratamiento.
El
grupo de control, que recibió los cuidados convencionales, no salió
tan bien parado. El dolor de pecho empeoró en términos de
frecuencia, duración y gravedad. Por ejemplo, mientras en el grupo
experimental la frecuencia del dolor de pecho disminuyó en un 91%,
en el de control se observó un aumento del 165%. Sus niveles de
colesterol fueron considerablemente peores que los de los pacientes
experimentales, y también se agravaron las obstrucciones de las
arterias.
Desde
1998, casi 200 personas han participado en el Proyecto del Estilo de
Vida del Dr. Ornish, y los resultados han sido espectaculares. Tras
un año de tratamiento, el 65% de los pacientes se libraron del dolor
de pecho. Y, además, el efecto fue durarero. Al cabo de tres años,
el síntoma no volvió a manifestarse en más del 60% de ellos.
Conclusión
Ahora
conocemos la verdad: una dieta vegetariana y de alimentos integrales
puede prevenir y tratar la enfermedad cardíaca.
El
doctor Castelli, durante muchos años director del Estudio del
Corazón de Framingham, un pilar en la investigación de las
enfermedades cardiovasculares, propone una dieta vegetariana y de
alimentos integrales.
El
doctor Esselstyn, artífice la remisión más significativa de una
dolencia cardíaca en toda la historia de la medicina, propone una
dieta vegetariana y de alimentos integrales.
El
doctor Ornish, que ha sido un pionero en la remisión de enfermedades
cardíacas sin recurrir a los fármacos ni a la cirugía, propone una
dieta vegetariana y de alimentos integrales.
[1] Extraído del libro "El Estudio de China" del Dr. Colin Campbell.