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lunes, 4 de marzo de 2013

Dieta y Salud Cardíaca



Muy buenos días a todos. Quiero exponer a ustedes estos datos tan relevantes sobre nuestra salud y más particularmente la salud de nuestros corazones, que extraigo del imperdible libro del Dr. Colin Campbell, “El Estudio de China”. Este libro contiene una gran cantidad de estudios e investigaciones que corroboran la dieta vegetariana como la más saludable y la más idónea para la prevención y también reversión de muchas de las enfermedades degenerativas modernas. Hoy nos ocuparemos de las enfermedades cardíacas. De más está decir que si puedes leer el libro mejor aún, recogerás mucha información valiosa para elegir mejor tu estilo de vida, especialmente lo que comes. Hay que tener en cuenta que es muy importante estar informado para alimentarse bien, si estás pensando en abandonar la dieta carnívora habitual tienes que investigar para nutrirte de la mejor forma y evitar caer en los falsos mitos sobre la alimentación que tanto confunden.


¿Qué es una enfermedad cardíaca?


Uno de sus componentes claves es la placa arterial. La placa es una placa lipídica que contiene proteínas, grasas (incluido el colesterol), células del sistema inmunitario y otros componentes, que se acumulan en las paredes interiores de las arterias coronarias. Cuando la placa empieza a recubrir las arterias coronarias, ya existe un cierto grado de enfermedad cardíaca.

Una gran acumulación de placa puede restringir gravemente el flujo sanguíneo y producir un dolor debilitante o una angina de pecho. Sin embargo, no es frecuente que cuando la placa se acumula lentamente sobre la pared interior de la arteria cause un ataque al corazón, ya que el flujo sanguíneo tiene tiempo de adaptarse.
Parece ser que las acumulaciones de placa menos graves, es decir, las que ocluyen menos del 50% de la arteria, son la causa más frecuente de ataques cardíacos. Cada una de estas acumulaciones tiene una capa de células, denominada cápsula, que separa el núcleo de la placa de la sangre que fluye a través de la arteria. La cápsula de las placas peligrosas es delgada y débil, por lo cual el flujo sanguíneo puede erosionarla hasta provocar su ruptura. En este caso, el contenido del núcleo de la placa se mezcla con la sangre y esta comienza a coagularse en torno al sitio donde la placa se ha roto. El trombo (coágulo) crece y puede obstruir rápidamente a toda la arteria. Cuando la arteria se ocluye durante un periodo breve de tiempo, existen pocas probabilidades de que el flujo sanguíneo pueda adaptarse. En este caso, el flujo sanguíneo que circula alrededor del lugar donde se ha obstruido la arteria queda gravemente mermado y los músculos cardíacos no reciben el oxígeno que necesitan. En este punto, las células del músculo cardíaco comienzan a morir, los mecanismos de bombeo del corazón empiezan a fallar y la persona que sufre un infarto puede sentir un dolor opresivo en el pecho o un dolor agudo que desciende por un brazo y asciende hasta el cuello y la mandíbula. Para decirlo en otras palabras, la víctima comienza a morir.


No somos capaces de decir qué placa se romperá, cuándo se producirá la ruptura ni tampoco lo grave que será. No obstante, lo que sí conocemos es nuestro riesgo relativo de sufrir un ataque cardíaco.
Observando qué individuos de una población contraían una enfermedad cardíaca y comparando sus fichas médicas, el Estudio del Corazón de Framingham permitió desarrollar el concepto de factores de riesgo, tales como el colesterol, la tensión sanguínea, la actividad física, el hábito de fumar y la obesidad. Gracias a este estudio sabemos ahora que estos factores de riesgo desempeñan un papel sustancial en las cardiopatías.
La joya del Estudio de Framingham son sus hallazgos sobre el colesterol en sangre. En 1961, demostraron de un modo convincente que existía una fuerte correlación entre los altos niveles de colesterol en sangre y el ataque cardíaco. Los investigadores observaron que, entre los hombres con niveles de colesterol que “sobrepasaban los 244 mg/dl (miligramos por decilitro), la incidencia de la enfermedad cardíaca coronaria era más de 3 veces superior a la de aquellos que tenían niveles de colesterol inferiores a 210 mg/dl.
El mero hecho de reducir los factores de riesgo (por ejemplo, el colesterol en sangre y la tensión sanguínea) disminuye la posibilidad de contraer una enfermedad cardíaca.


La Alimentación y las Enfermedades Cardíacas


Uno de los médicos más progresistas fue el doctor Lester Morrison, de los Ángeles. En 1946, comenzó un estudio con el propósito de “determinar la relación entre la ingesta de grasas a través de la dieta y la incidencia de arterosclerosis”. En él indicó a 50 individuos que habían sobrevivido a un infarto que mantuvieran su dieta normal y, paralelamente, recomendó una dieta experimental a otros 50 pacientes que, igualmente, habían sobrevivido un infarto.

El doctor Morrison redujo el consumo de grasas y colesterol en el grupo de la dieta experimental. Es decir, mayormente productos de origen animal.

Después de ocho años, sólo 12 de los 50 individuos que consumían la dieta normal norteamericana estaban vivos (24%). En el grupo de la dieta experimental, seguían viviendo 28 sujetos (56%), prácticamente dos veces y media la cantidad de sobrevivientes del grupo de control. Al cabo de doce años, todos los pacientes del grupo de control habían fallecido. Sin embargo, 19 sujetos del grupo de la dieta especial seguían viviendo, lo que significa una tasa de supervivencia del 38%. Lamentablemente, también morían muchas de las personas en el grupo de la dieta experimental, si bien es evidente que conseguían aplazar temporalmente su enfermedad por el hecho de consumir una cantidad moderadamente inferior de alimentos de origen animal y más de origen vegetal.

Aproximadamente en la misma época, otro grupo de investigadores demostró algo muy similar. Un equipo de médicos del norte de California administró una dieta baja en grasas y en colesterol a un grupo más numeroso de pacientes que padecían una enfermedad cardiovascular avanzada. Descubrieron que el índice de mortalidad de los que seguían esta dieta era 4 veces inferior al de los pacientes que no la consumían.
Sabemos ahora que la atención prestada a las grasas y al colesterol no estaba bien enfocada. Lo que nadie estaba dispuesto a admitir era que ambos eran meros indicadores de la ingesta de alimentos de origen animal. Por ejemplo, observemos la relación que existe entre el consumo de proteínas animales y la mortalidad por enfermedades cardíacas en 20 países diferentes, para el colectivo de hombres con edades comprendidas entre 55 y 59 años, que nos muestra el gráfico[1].




Este estudio sugiere que cuanto mayor es el consumo de proteínas animales, más probabilidades hay de contraer una enfermedad cardiovascular. Por otra parte, docenas de estudios experimentales demuestran que alimentar a ratas, conejos y cerdos con proteínas animales (por ejemplo, caseína) eleva drásticamente los niveles de colesterol, mientras que las proteínas vegetales (por ejemplo, de soja) los reduce de forma notable.

Los estudios con personas no solo reflejan estos hallazgos, sino que también indican que consumir proteínas vegetales es aún más eficaz para reducir los niveles de colesterol que disminuir la ingesta de alimentos ricos en grasa o en colesterol.

Durante los últimos quince años, otro gigante de este campo, el doctor Dean Ornish, ha ocupado un lugar esencial al conseguir que la dieta tenga cabida en el pensamiento de los médicos. Su investigación más conocida es el Ensayo sobre el Corazón y el Estilo de Vida (Lifestyle Heart Trial), en el cual trató a 28 enfermos cardíacos exclusivamente a través de los cambios en su estilo de vida. Sometió a sus pacientes a un programa de tratamiento experimental, y a otros 20, a un programa de tratamiento convencional. Hizo un cuidadoso seguimiento de ambos grupos y midió diversos indicadores de salud, entre ellos, las oclusiones arteriales, los niveles de colesterol y el peso corporal.

Al primer grupo les pidió que llevaran una vida vegetariana con bajo contenido en grasas durante al menos un año. Sólo alrededor del 10% de las calorías debía proceder de las grasas. Podían consumir cualquier alimento que les apeteciera, siempre que estuviera en la lista de los autorizados. Dicha lista incluía frutas, hortalizas y cereales. Los investigadores destacaron que “no se permitía consumir productos de origen animal, excepto clara de huevo y una taza de leche o yogur desnatados al día”. Además de seguir la dieta, el grupo debía practicar diversos métodos para controlar el estrés (meditación, ejercicios respiratorios, relajación) durante al menos una hora diaria. También les pidió que practicaran alguna actividad física tres horas semanales, seleccionando las que fueran idóneas para la gravedad de su enfermedad.


Los pacientes experimentales aceptaron de buen grado todas las recomendaciones de los investigadores, y fueron recompensados con una mayor salud y vitalidad. Como media, su colesterol total disminuyó de 227 mg/dl a 172 mg/dl y su colesterol “malo” o LDL se redujo de 152 mg/dl a 95 mg/dl. Al cabo de un año, la frecuencia, duración y gravedad de su dolor de pecho se había reducido drásticamente. Más aún, quedaba claro que cuanto más se ceñían a los cambios de su estilo de vida, más sano estaba su corazón. En total, el 82% de los pacientes del grupo experimental consiguió mejorar su estado de salud al cabo de un año de tratamiento.

El grupo de control, que recibió los cuidados convencionales, no salió tan bien parado. El dolor de pecho empeoró en términos de frecuencia, duración y gravedad. Por ejemplo, mientras en el grupo experimental la frecuencia del dolor de pecho disminuyó en un 91%, en el de control se observó un aumento del 165%. Sus niveles de colesterol fueron considerablemente peores que los de los pacientes experimentales, y también se agravaron las obstrucciones de las arterias.

Desde 1998, casi 200 personas han participado en el Proyecto del Estilo de Vida del Dr. Ornish, y los resultados han sido espectaculares. Tras un año de tratamiento, el 65% de los pacientes se libraron del dolor de pecho. Y, además, el efecto fue durarero. Al cabo de tres años, el síntoma no volvió a manifestarse en más del 60% de ellos.


Conclusión


Ahora conocemos la verdad: una dieta vegetariana y de alimentos integrales puede prevenir y tratar la enfermedad cardíaca.

El doctor Castelli, durante muchos años director del Estudio del Corazón de Framingham, un pilar en la investigación de las enfermedades cardiovasculares, propone una dieta vegetariana y de alimentos integrales.

El doctor Esselstyn, artífice la remisión más significativa de una dolencia cardíaca en toda la historia de la medicina, propone una dieta vegetariana y de alimentos integrales.

El doctor Ornish, que ha sido un pionero en la remisión de enfermedades cardíacas sin recurrir a los fármacos ni a la cirugía, propone una dieta vegetariana y de alimentos integrales.


[1] Extraído del libro "El Estudio de China" del Dr. Colin Campbell.

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