Introducción
T. Colin Campbell es un bioquímico americano especializado en los efectos de la nutrición en la salud a largo plazo. Ha sido autor de más de 300 papers de investigación, y el coautor del Estudio de China (2004), uno de los best-sellers americanos sobre nutrición. También protagonizo el documental americano del 2011, "Forks Over Knives".
Campbell fue uno de los científicos líderes del estudio China-Oxford-Cornell de 1980 sobre la dieta y la enfermedad, que exploraba la relación entre la nutrición y el cáncer, y las enfermedades cardíacas y metabólicas. El estudio ha sido descrito por el New York Times como el "Gran Premio de la Epidemiología". [1]
Su
Experiencia Personal
El
Dr. Campbell nos cuenta su historia y sus descubrimientos sobre
nutrición en su libro “El Estudio de China”. En el mismo destaca
la dieta vegetariana como la más óptima para la salud del hombre y
se fundamenta tanto en sus investigaciones como en investigaciones de
otros científicos. En su libro nos relata toda su experiencia:
“Hace
más de cuarenta años, al inicio de mi carrera, jamás hubiera
adivinado que la alimentación estubiera tan estrechemanete
relacionada con los problemas de salud. Durante años no me preocupé
demasiado en pensar cuáles alimentos eran más adecuados. Me limité
a comer lo mismo que todo el mundo: lo que me decían que era bueno.
Me
crié en una granja de vacas lecheras y la leche era esencial en
nuestra vida diaria. En la escuela nos enseñaron que la leche de
vaca fortalecía nuestros huesos y nuestros dientes. Era el alimento
más perfecto de la naturaleza. En nuestra granja producíamos la
mayoría de nuestros alimentos en el huerto y en las pasturas.
Yo
fui el primero de mi familia en ir a la universidad. Mi tesis de
doctorado en Cornell pretendía encontrar formas mejores de conseguir
que los carneros y los corderos se desarrollaran más rápido. Mi
intención era superar nuestra capacidad para producir proteínas
animales, la piedra angular de lo que, según me habían enseñado,
era la buena nutrición.
Cuando
me fui de MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) para ocupar
un puesto en el Virgina Tech, me dediqué a coordinar la asistencia
técnica de un proyecto nacional en Filipinas que trabajaba con niños
malnutridos. Una parte de ese proyecto se convirtió en una
investigación sobre la prevalencia inusualmente elevada de cáncer
de hígado (usualmente una enfermedad de adultos) entre los niños
filipinos. Se pensaba que la causa de este problema era el gran
consumo de aflatoxina, una toxina producida por un tipo de moho y
detectada en los cacahuetes y el maíz. La aflatoxina ha sido
definida como uno de los agentes cancerígenos más potentes que se
conozcan.
Durante
diez años, nuestro objetivo principal en Filipinas fue mitigar la
malnutrición infantil de los menos favorecidos. El objetivo de todos
esos esfuerzos era muy simple: asegurarnos de que los niños
ingirieran la mayor cantidad posible de proteínas. Se creía que
gran parte de la malnutrición infantil del mundo se debía a la
falta de proteínas en la dieta y, en especial, de proteínas de
origen animal.
No
obstante, en este proyecto descubrí un oscuro secreto. Los niños
cuyas dietas tenían la mayor cantidad de proteínas eran las que más
probabilidades tenían de contraer cáncer de hígado! Y esos niños
pertenecían a las familias más pudientes.
Más
tarde leí un informe de una investigación realizada en la India.
Dos investigadores indios habían hecho ensayos con dos grupos de
ratas. Administraban aflatoxina (sustancia cancerígena) a los
animales de uno de los grupos y luego les ofrecían una dieta
compuesta por un 20% de proteínas, un nivel cercano al que
consumimos muchos occidentales. A los animales del segundo grupo les
administraban la misma cantidad de aflatoxina pero su dieta contenía
sólo un 5% de proteínas. Por increíble que parezca, los que
consumían la dieta con un 20% de proteínas desarrollaban cáncer de
hígado y los que consumían la dieta con un 5% de proteínas no
contraían la enfermedad. El resultado era de 100 a 0, de modo que no
había ninguna duda: la nutrición frenaba los agentes cancerígenos
químicos, incluso los más potentes, y controlaba el cáncer.
Esta
información contradecía todo lo que me habían enseñado. Afirmar
que las proteínas no eran saludables era una verdadera herejía, con
más razón sostener que promovían el cáncer. Fue un momento
definitivo en mi carrera. Investigar un tema tan subersivo en los
primeros años de mis estudios no fue una elección muy sensata. Al
cuestionar las proteínas y los alimentos de origen animal, corría
el riesgo de ser considerado un hereje, incluso aunque pasara la
prueba y el trabajo fuera considerado como buena ciencia.
De
manera que, enfrentado a una decisión difícil, decidí poner en
marcha un exhaustivo programa de laboratorio para investigar el papel
de la nutrición, en especial la de las proteínas, en el desarrollo
del cáncer. Ciñéndome escrupulosamente a las reglas estrictamente
científicas, conseguí estudiar un tema muy controvertido sin
provocar respuestas viscerales derivadas de ideas radicales.
Finalmente, las fuentes de financiación más competitivas y mejor
consideradas tuvieron la generosidad de financiar esta investigación
durante veintisiete años. Más adelante, nuestros resultados fueron
revisados (por segunda vez) antes de publicarlos en muchas de las
mejores publicaciones científicas.
Lo
que descubrimos fue impactante. Las dietas bajas en proteínas
inhibían el desarrollo del cáncer producido mediante la
administración de aflatoxinas, independientemente de la cantidad de
este carcinógeno que se administrara a los animales. Una vez
iniciada la enfermedad, las dietas bajas en proteínas conseguían
bloquear notoriamente su evolución. En otras palabras, los efectos
cancerígenos de esta poderosa sustancia química se tornaban
insignificantes gracias a una dieta baja en proteínas. De
hecho, las proteínas de la dieta demostraron tener efectos tan
potentes que podíamos promover o detener el desarrollo del cáncer
por el mero hecho de modificar la cantidad de proteínas consumidas.
Más
aún, las administradas en los animales eran las mismas que los
humanos consumen de manera habitual. Nunca empleamos niveles
extraordinariamente altos, como suele ser el caso en la mayoría de
los estudios sobre carcinógenos.
Pero
eso no es todo. También descubrimos que no todas las proteínas
producían este efecto. Considerando todas las proteínas, ¿cuál de
ellas era la causa más determinante del cáncer? La caseína, que
comprende el 87% de las proteínas de la leche de vaca, favorecía
todas las etapas del proceso canceroso. ¿Qué tipo de proteína no
promovía el cáncer, ni siquiera al ingerirlas en grandes
cantidades? Las proteínas seguras eran las vegetales, incluidas las
del trigo y la soja. Cuando comencé a vislumbrar este panorama, al
principio se convirtió en un desafío, pero más adelante hizo
añicos algunas de mis más férreas convicciones.
Los
estudios experimentales con animales no terminaron allí. Más
adelante dirigí el estudio más completo sobre dieta, estilo de vida
y enfermedad que jamás se haya realizado con seres humanos en la
historia de la investigación biomédica. Fue una tarea de enormes
proporciones organizada de forma conjunta por la Universidad de
Cornell, la Universidad de Oxford y la Academia China de Medicina
Preventiva. El periódico New
York Times
la denominó el Gran Premio de la Epidemiología. Este proyecto
estudió una amplia gama de enfermedades y de factores relacionados
con la dieta y el estilo de vida en la China rural y, más
recientemente, en Taiwán. Popularmente conocido como El Estudio de
China, este proyecto encontró ¡más
de ocho mil correlaciones estadísticamente significativas entre
diversos factores de la dieta y la enfermedad!
El
motivo por el cual este proyecto es particularmente notorio es que de
entre todas las asociaciones que demostraron ser relevantes para la
dieta y la enfermedad, muchas apuntaban al mismo descubrimiento: las
personas que ingerían una mayor cantidad de alimentos de origen
animal contraían las dolencias más crónicas. Incluso ingestas
relativamente pequeñas de alimentos de origen animal se vinculaban a
efectos adversos. Los individuos que consumían alimentos de origen
vegetal eran los más sanos y menos propensos a enfermedades
crónicas.
No
podía (y, de hecho, no lo hice) ceñirme a los hallazgos de nuestros
estudios con animales ni del monumental estudio de China con
personas, a pesar de lo impresionantes que pudieran ser. También me
dediqué a conocer los descubrimientos de otros médicos e
investigadores que han demostrado ser algunos de los hallazgos más
emocionantes de los últimos cincuenta años.
Dichos
hallazgos prueban que las enfermedades cardíacas, la diabetes y la
obesidad se pueden revertir mediante una dieta sana. Otra
investigación demuestra que diversos tipos de cáncer, las
enfermedades autoinmunes, la salud de los huesos y de los riñones,
así como los trastornos cerebrales y de la vista en la vejez están
influidos por la dieta. Y lo más importante, se ha demostrado una y
otra vez que la dieta que es capaz de revertir o prevenir dichas
dolencias es la misma dieta vegetariana y de alimentos integrales
que, basándome en mis investigaciones en el laboratorio y en El
Estudio de China, yo había identificado como la dieta que favorece
una salud óptima. Los
hallazgos son consistentes”.
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